sábado, 17 de octubre de 2020

SACERDOTES DE LA CIENCIA

 



Las ideas tienen la curiosa capacidad de planear sobre nuestras cabezas y nuestras vidas tomando forma poco a poco; se van haciendo corpóreas, mutan, cambian y se autodefinen sin que podamos hacer mucho para domesticarlas o dirigirlas allí donde nosotros, no ellas, creemos que den estar; pero ellas son libres y hacen lo que quieren.

Algo así me está pasando con este cúmulo de percepciones a la que intento dar forma de entrada, pero no estoy muy seguro de que el resultado final sea el que debería dejarme tranquilo y sabiendo que le he dado la forma que todo este conjunto de sensaciones, pensamientos, idioteces y percepciones debería tener para quedar definida, fijada y entendida. Lo que quiero comentar es complejo y se resiste a tomar una forma definida, pero cuento con la benevolencia del lector para disculparme.

Lo que une a los antiguos y los modernos sacerdotes.

Si hace milenios los sacerdotes se definían por su capacidad de predecir el curso de los fenómenos naturales, de las migraciones anuales de las piezas de caza, la sucesión de las estaciones, el misterio encerrado en las semillas y ese conocimiento protegía a la tribu de la incomunicación con los dioses, hoy los modernos sacerdotes habitan los laboratorios avanzados de experimentación; las pizarras de la física teórica y los talleres donde se intenta dar estabilidad a los    q-bits que explosionarán la computación para llevarla a ese cielo imposible prometido por la mecánica cuántica.

Los sacerdotes de hoy en día no visten extraños hábitos ni se cuelgan abalorios o hacen extraños bailes: dibujan diagramas que se asemejan a los antiguos signos cabalísticos, pero no hay cuevas oscuras sino laboratorios luminosos; no hay hogueras sino mecheros Bunsen o carísimas máquinas que buscan descubrir la verdadera naturaleza de la materia y la energía. Otros miran al cielo y tratan de entender la razón de que sólo seamos capaces de entrever la verdad de tan solo el 5%del universo, dejando el 95% restante en el terreno de la especulación disfrazada de axiomas y ecuaciones hipercomplejas que se escapan de la elegancia de lo más simple.

Y hay otra cosa en común que une a los antiguos y a los modernos sacerdotes: son queridos, deseados y seducidos por los poderosos para que les entreguen el fruto de sus habilidades y les ayuden a mantenerse en el poder. Los cuidan, les conceden presupuestos y caprichos; no les presionan pues saben que pocos llegarán a la cima, pocos alcanzarán la iluminación, pero si esa iluminación llega, lloverá el dinero y el poder se asentará en la sólidas bases de un pueblo ignorante y adocenado cuya máxima aspiración será, como antaño, llenar las gradas de los espectáculos, aunque esas gradas tengan forma de sofá televisivo.


La moderna sociedad se divide y se distancia como antaño se separaban los iniciados de ese vulgo inculto y manipulable, pero con más distancia, con mucha más distancia. La antigua distancia se salvaba con tres años de Trivium y Cuatrivium cursado en cualquier universidad, pero hoy esa distancia ya es insalvable si no se pertenece a la casta de los sabios. (El trívium era la rama del lenguaje, compuesta por; gramática, dialéctica y retórica, y el quadrivium la de matemáticas, compuesta por; aritmética, geometría, astronomía y música. Ambas secciones se centraban en lo que el doctor llama la “reina de las artes liberales”: la filosofíaLa plebe se entrega a la ignorancia con pasión y se deja manipular mientras los modernos sacerdotes se alejan con sus algoritmos y sus complejas tecnologías que adivinan futuros o los configuran, no está muy claro y nadie puede separar el grano de la paja; la verdad toma forma de una profecía capaz de modificar la realidad para hacerse verdad y demostrarse fiable.

Nos hemos dividido, separado y clasificado gracias a una ciencia que todos quieren controlar para hacerse dueños de sus inmensas posibilidades, pero los que tienen la capacidad de pagar todas esas costosísimas investigaciones no quieren que el vulgo participe en el proceso; se quieren libres para convertir a ese populacho adocenado en sujetos pasivos de sus negocios; los quieren como consumidores cautivos y conformados, nunca como individuos libres y formados.

Los modernos desarrollos sólo ofrecen un pequeño reducto de protección para nosotros, lo no iniciados: la investigación es tan enormemente cara que necesita presupuestos públicos y ese pequeño detalle nos da un leve poder de moderación, pero muy pequeño. Hoy en día son las grandes corporaciones las que cuentan con presupuestos casi infinitos comparados con los caudales disponibles para estados medianos o pequeños, pero el CERN y otros Institutos son un rayo de esperanza con sus patentes abiertas y sus modelos de ciencia colaborativa que permean universidades y escuelas de todo el mundo. Esa esperanza es real, pero el fantasma de una ciencia tiránica en manos de las corporaciones más poderosas con cientos de sacerdotes alimentados y protegidos para cuidar y engrandecer la separación con los modernos proletarios, permanece constante y planea sobre mi mente como una negra certeza.

Hoy en día, son los algoritmos predictivos los que ya determinan si somos buenos pagadores de un préstamos bancario o debemos ser rechazados; son los algoritmos los que calculan y evalúan la validez de un candidato en un proceso de selección; son las máquinas capaces de aprender y la inteligencia artificial las que inician caminos peligrosos ausentes de una ética que no cabe en sus diagramas, diseños o en sus líneas de código: son tan humanas, son tan iguales a nosotros que son capaces de vivir y funcionar al margen de la ética sin sentirse mal por esa ausencia.

Las máquinas son ya inteligentes y lo serán más en el futuro; imitan nuestra naturaleza y nuestra inteligencia, pero nos olvidamos que el modelo es perverso; el modelo es capaz de lo mejor y de lo peor y ofrecemos un modelo que encierra, en si mismo, muchas cajas de Pandora (La caja de Pandora es un mítico recipiente de la mitología griega, tomado de la historia de Pandora, la primera mujer, creada por Hefesto por orden de Zeus, que contenía todos los males del mundo).: corremos el riesgo de hacerlo tan bien que seamos capaces de replicarnos a nosotros mismos y nuestros vicios en máquinas más perfectas y más poderosas que nosotros mismos capaces de potenciar nuestras más bajas pasiones. 

Avanzamos, como siempre lo hemos hecho, abriendo las puertas del conocimiento a patadas y robando todo lo que vamos encontrando para desarrollarlo sin preguntarnos por la bondad o maldad de lo que descubrimos, desarrollamos y usamos hasta que es demasiado tarde. El problema es que, siglo a siglo, lo que conllevan esos conocimientos es cada vez más peligroso, más dañino, más incontrolable. ¿Alguien podrá responder al 100% del comportamiento del primer soldado robótico? ¿Alguien podrá controlar del todo la capacidad del primer ordenador cuántico estable de de más de un millón de q-bits? ¿Quién podrá protegernos de un algoritmo que realice cálculos avanzados y diferentes pronósticos basados en nuestro ADN? 

La velocidad del avance se acelera de forma geométrica, la curva despega casi en vertical y el mundo, el primer mundo avanzado, tecnológico, ajeno a las limitaciones de la política y la geografía, se va consolidando como un poder en la sombra que rebasa el poder de muchas naciones. ¿Alguien va a parar a los Google, Microsoft, Apple, IBM, Face Book, Bayer y su brazo armado Black Water vigilando el desarrollo de millones de toneladas de cosechas capaces de crear o eliminar hambrunas para millones de personas? No soy conspiranoico, pero el futuro nos ofrece derivaciones, vericuetos, desviaciones y caminos peligrosos que es muy posible que acaben dándonos muchos quebraderos de cabeza, me temo.

Avanzamos ciegamente hacia el conocimiento sin detenernos a pensar en sus consecuencias y eso, nos guste o no, forma parte de nuestra propia naturaleza: no podemos renunciar a investigar, a saber, a preguntar y en esa esencia radica todo lo que somos y todo lo que seremos, sin que nadie pueda aventurar en qué y cómo acabará nuestra raza, nuestro pequeño mundo civilizado y el planeta entero. Nuestra historia apenas cubre 40 50 mil años, cien mil si queremos estirar mucho y es muy posible que ese breve destello de inteligencia en la historia de la vida no dure mucho más, pues ya tenemos la tecnología, la capacidad y la tendencia adecuadas para proceder a nuestra autodestrucción, algo que podría liberar al planeta de una molestia parecida  aun eczema cutáneo que va cubriendo su piel cada vez más deprisa. 

La ciencia es, posiblemente, nuestro mejor descubrimiento: un momento brillante para nuestro intelecto, una herramienta formidable para conocer la realidad, pero es tan potente que no se, sinceramente, si llegará un momento en el que viva a nuestra costa como un parásito empeñado en su propio crecimiento a costa de nuestra especie. 

A estas alturas sólo estoy seguro de una cosa: de que vamos a vivir unos años apasionantes que merecen nuestro interés y que intentemos no perder el tren de los acontecimientos que conformarán la historia de este siglo. Viviremos el equivalente a los antiguos siglos en pocos lustros, ya lo veréis.



domingo, 13 de septiembre de 2020

La realidad sanitaria de Madrid

La realidad es tan grande o tan pequeña como queramos, pero de forma habitual la realidad es "nuestra" realidad, lo que nos afecta de forma directa y muy poco más. Somos monos que piensan, pero eso no quiere decir que pensemos, siempre, en magnitudes universales o astronómicas: lo que hay un poco más allá de nuestro ombligo es una medida muy asumible como normal.

Desde esa medida, escribo mi experiencia como positivo de COVID en la comunidad de Madrid, experiencia que, según he compartido con amigos y allegados también afectados, puede ser considerada como la norma.

Primero: no intente llamar a su centro de salud. Es un empeño inútil.

Segundo: una vez en el centro, no espere un comportamiento lógico. Tras dar la información de que has estado en contacto con un caso, te mandan a casa  a esperar que te llamen para una cita. El médico de guardia está libre y te podría atender para decidir hacerte la PCR. A seguir paseando y contaminado a la espera de esa llamada.

Tercero: te llaman, ese mismo día, eso si, para la prueba y una ATS bien protegida y muy amable, te hace la prueba  tras una mini entrevista con el médico que dice que si, que vale, que has estado en contacto con un positivo y que te la hagan. También te dice que te aísles. El cálculo de los días de aislamiento también es de traca, pero bueno: te vas sabiendo que estás apestado hasta el día que te dicen.

Cuatro: ¿Rastreadores? ¿Seguimiento de contactos? Nada de nada. Ni siquiera puedes activar el Radar Covid porque no te dan el número de tu prueba. Ni te preguntan con quién has estado ni nada parecido. Se deja a tu buen criterio el llamar a tus contactos para darles la noticia..

Y así vamos, con el virus campando a sus anchas y con Ayuso mintiendo como una profesional al explicar la realidad de la lucha contra el virus.

Demasiado bien evoluciona la cosa que no reventamos


viernes, 11 de septiembre de 2020

A la llamada de la historia...


 Clío espera, paciente, poder apuntar el nombre del elegido por los dioses

Anda Clío (musa de la historia) buscando un nombre para anotar en su libro de registros; el nombre de aquél designado por el destino para gobernar los turbulentos tiempos presentes, pero el cuaderno mantiene en blanco el espacio reservado para ese elegido. La historia llama, pero a su llamado no acude nadie y nuestro país se desliza hacia a la nada huérfano de la gran figura que se necesita en estos casos.

Roma tuvo grandes hombres que acudieron a su cita con la historia demostrando su grandeza de espíritu, su vanidad, su orgullo, su codicia y esa mezcla de cosas buenas y malas que acaban configurando esos perfiles, únicos e irrepetibles, capaces de cargar sobre sus espaldas un destino colectivo para llevarlo al triunfo. Roma tuvo varios de estos elegidos: desde Publio Cornelio Escipión, El Africano, hasta Cayo Mario, tercer fundador de Roma y otras naciones, en los momentos claves y trascendentes de su historia, también tuvieron grandes hombres que supieron aglutinar voluntades, vencer resistencias e imaginar un destino diferente para todos.

Hoy nos encontramos, en mi opinión, en uno de esos momentos en los que afrontar la realidad y el futuro desde un punto de vista casi heroico (1) ajeno a lo pequeño de la habitual política española. Llevamos poco tiempo de democracia en España y, lo que es mucho más grave, nos faltan los hábitos, la dotación genética y la disciplina consolidada para saber discernir los momentos y sus claves. 

Lo que hoy nos toca vivir requiere de algo novedoso, distinto, visionario, generoso, moralmente elevado y colectivo; requiere de todo un movimiento unánime y acompasado que busque ganar el futuro de todos y eso, para España, no sólo es nuevo sino que no encuentra lugar, ni en la mente ni en el alma, de la clase política. Los que deberían dirigirnos hacia la conquista del futuro colectivo viven apegados a sus pequeños mundos de intereses inmediatos, mezquinos y tramposos; mundos que les son cambiados por titulares de prensa y por amenazas fantasmas a las que reaccionan de forma paranoica.

No, la historia llama y a su llamada no acude nadie al que poder seguir. Nadie que levante banderas de trabajo colectivo, esfuerzo, trabajo y recompensa para todos. Nadie que, como Hati, en el Libro de las Tierras Vírgenes, sea capaz de decretar "la tregua del agua"; el momento en el que la selva, toda, obedece a la misma ley impuesta por la necesidad y antepone lo colectivo a lo particular.

Por encima del enfado, de la frustración, del asco nauseabundo que me domina al acercarme a la política de hoy, siento pena por esa historia carente de nombres dispuesta a escribir una saga que nunca se podrá escribir: la de una España unida bajo un esfuerzo común que consiguió sobreponerse a la adversidad de esta crisis sin dejar a nadie atrás y pudo realizar su tarea sin fisuras y sin mezquindades.


(1 )Rae: héroe: Persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble)

viernes, 10 de julio de 2020

Daño

Juan Carlos I y las amistades peligrosas

A estas alturas de la historia es fácil posicionarse frente o al lado del modelo que conforma la monarquía constitucional moderna: ambas posiciones pueden defenderse con coherencia, sensatez, lógica y acumulando pruebas documentales que demuestran perversiones o ventajas. En España ese debate se vuelve más complejo por varias razones:
La primera es que la monarquía española nace condicionada en su propio origen como fruto de la decisión de un dictador refrendada por un primer referéndum, cautivo y desarmado, celebrado en 1947 y por una segunda votación en el 78 que bendecía la constitución, esa que pudimos darnos navegando procelosos mares golpistas y tentaciones involucionistas. La consagración del modelo en libertad, junto con la actualización de puntos en la carta magna que nacieron ya anticuados en aquel momento, es una acción pendiente que, siendo sinceros, no se ha abordado por el inmenso terror que nos provoca a todos la certeza de que no vamos a poder ponernos de acuerdo ni tenemos políticos capaces de navegar esa segunda versión de aquello que tantos y tan buenos servicios nos ha dado. Primer dato importante que nos coloca en el disparadero de la necesidad de futuras acciones y complicadas decisiones.
La segunda -que durante años pudo obviarse por el excelente rendimiento del cabeza de cartel- es la patológica tendencia de la dinastía de los Borbones a cagarla de forma gloriosa mezclando codicia, sexo, corrupción y una absoluta falta de profesionalidad que ha sido legendaria.Eso sí: con la honrosa excepción de Carlos III, más rey italiano que español por su aprendizaje en Nápoles, y de la breve ejecutoria de Alfonso XII, ajeno a la dinastía por vía paterna, pues su padre fue el entonces amante de turno de Isabelota II, Capitan D. Enrique Puigmoltó y Mayans. Eso según parece y he leído en más de una fuente, es lo que consta en una carta manuscrita por la propia Isabel depositada en El Vaticano. Hay que destacar el hecho de que esa carta llegara a existir, pues era notoria la imbecilidad de la reina y su incapacidad para la escritura, lectura o cualquier acercamiento a la cultura distinto al sexo, la juerga y la codicia. Se da por confirmado que ninguno de sus 11 embarazos fue responsabilidad de “Paquita” coloquial apodo de del rey consorte Francisco de Asís y Borbón, al que la reina despellejaba diciendo que “no se podía esperar gran cosa de un marido que se presenta en la noche de bodas con más puntillas que la novia”.
Si hay ganas, sugiero bucear también en la tendencia de la familia hacia los desequilibrios mentales, notorios y conocidos desde Felipe V, que abdicó por saberse más ido que despierto; Fernando VI que acabó sus días como un cencerro en el castillo de Villaviciosa de Odón; Carlos IV, también llamado El Pasmado o El Ensimismado - obsesivo con sus relojes - hasta llegar a la cima de la incapacidad de Fernando VII, traidor, felón, molesto, vesánico y entregado a la exhibición de las  -según cuentan – enormes partes pudendas que le obligaban al uso de un almohadón especial diseñado por los médicos de la corte y que evitaba desgracias en la parte contraria. Un angelito, vamos.
Tras el breve paréntesis del medio Borbón Alfonso XII, nos toca en suerte el XIII, que, reforzando la superstición al uso, la vuelve a cagar de forma gloriosa bendiciendo la dictadura de Primo de Rivera, las asonadas africanistas de Franco, Millán y compañía y entregándose a todo tipo de aventuras financieras que le aseguraran su futuro. Su hijo -el válido -el llamado D. Juan, es otro ejemplo de constancia en el lado oscuro de la fuerza: borracho, jugador compulsivo en el casino de Estoril donde acudía puntualmente -según las malas lenguas – a jugar todas las noches con el dinero rapiñado a los monárquicos añorantes de imposible monarquía. Su pretendida y aireada ruina económica quedó desmentida cuando se supo la cuantía de la herencia dejada a su hijo y que rondó los 400 millones de pesetas. Una minucia para las desmedidas ansias de pasta de la familia, como luego se ha podido comprobar. Por cierto: se eludió pagar el impuesto de sucesiones de Madrid en favor de la legislación de Navarra, mucho más indulgente. La diferencia, unos 100 milloncejos.
Y como hay que aterrizar en el asunto, llegamos a D. Juan Carlos, personaje del momento y del que la historia escribirá largo, tendido y controvertido, seguro. Juan Carlos I, monarca que, como Juno, dios romano que guardaba las puertas, tiene dos caras: con una mira a la historia pasada y con la otra contempla el derrumbe de su legado bajo el peso de la ignominia. (RAE:  Deshonor, descrédito de quien ha perdido el respeto de los demás a causa de una acción indigna o vergonzosa)
A pesar de los iniciales rumores sobre su verdadera naturaleza, este Rey ha contado con el apoyo de muchos -yo incluido -que jamás se han considerado monárquicos y que valoramos las aportaciones realizadas durante la transición. Este ejército de republicanos “juancarlistas” aguantamos el chaparrón con velas arrizadas, mantuvimos un expectante silencio y, al final, nos tuvimos que rendir ante el peso de la evidencia: la querencia de su dinastía se ha impuesto y el balance final se viste de pública condena y casi unánime rechazo a su figura, a su comportamiento y a lo inmoral de su abyecta y enloquecida trayectoria: nadie ha podido hacer más daño a la monarquía en España que su primera cabeza.
La justicia hará lo que pueda y tenga que hacer, los partidos se posicionarán y el tiempo pasará dejando a Juan Carlos I en un espacio lleno de negras sombras y dominado por la tragedia de la oportunidad perdida; la controversia lo dominará todo, pero sólo habrá dos opciones: el rechazo completo en un lado y el leve matiz de aprobación por sus primeros tiempos al frente de la transición de otro.
Como no soy juez ni me debo a la mesura, la ecuanimidad pública o a las pruebas judiciales, quiero dejar constancia de mi desprecio por la figura de aquél que, como otros, pudo optar por ser ejemplar y socialmente útil y abrazó la codicia, la inmoralidad, la vesania de creerse intocable y por encima de los deberes de todo ciudadano normal y se entregó a la consagración de lo peor del ser humano. Aquellos que deben su posición al esfuerzo y sacrificio de muchos y que desde la posición que ostentan pueden hacer mucho bien y eligen el mal, deben ser juzgados -según mi propio código moral – con mucho más rigor que otros que, simplemente, por sus propios medios tomaron la misma opción.
A Juan Carlos no se le destruido desde fuera, no: ha sido él mismo el que ha destruido su recuerdo y ha colocado a su propio hijo a los pies de los caballos. Personalmente, ya me es igual que la justicia sentencie o no o que sentencie en uno u otro sentido: mi balance ya está hecho y aunque reconozca el valor del impulso inicial, su legado es nefasto. Ha fomentado y acrecentado el daño de la peor lacra de nuestra nación: la corrupción y, además, lo ha hecho desde una posición privilegiada, respetada y constitucionalmente intocable.
Ahora cabe preguntarse, mientras el exilio se va conformando como una opción muy posible, la razón por la que tanto él como sus hijas se han colocado por encima de todo y al margen de la sociedad que los protegía y amparaba. ¿DE verdad pensaban que nada les alcanzaría? Queda su hijo Felipe, al que ha dejado un legado envenenado y al que, poco a poco, se le va complicando la vida. Ya ha salido el pago de su viaje de bodas a cargo de un amigo de su padre que tuvo a bien “invertir” casi un cuarto de millón de euros en seguir teniendo buenas relaciones con la Zarzuela. A lo mejor es que yo soy raro, pero ¿de verdad un regalo así se puede considerar “normal”? ¿Y tampoco hay que declararlo a Hacienda? En fin…sí, es cierto que una monarquía moderna y muy controlada por el ejecutivo y el parlamento puede funcionar, pero no es menos cierto que esa monarquía, además de ser ejemplar y súper rentable, debe superar el rechazo de su origen y al mecanismo hereditario que diferencia a un ciudadano de otro por su nacimiento, algo superado hace siglos.
Felipe VI está, ahora mismo, en una posición complicada y muy lejos de cualquier conexión racional o emocional con las generaciones por debajo de los 40 años. Con un padre entregado al acoso y derribo de la institución, con una sociedad enfadada, decepcionada y muy presionada por la actual y por la pasada crisis, la monarquía española, desde mi punto de vista, debería forzar un refrendo popular que le permita respirar tranquila. Hoy es muy posible que, todavía, ganara la opción continuista: mañana, con toda seguridad, será rechazada y sólo quedaría, una vez más, el camino del exilio.
En cuanto al último juicio personal sobre Juan Carlos I, me acojo a la fórmula romana: nefas est.


sábado, 13 de junio de 2020

Convivir con una sociedad enferma y podrida

Ayer los ancianos...¿mañana? 
Hace semanas que no escribo más que para mí: breves notas en un cuaderno manuscrito que no enseño ni comparto, pero me parece que es momento adecuado para clamar en el silencioso desierto de una indignación que no existe; gritar desde lo que sea esto para intentar generar una reacción que debería haber sido automática y general y que, sin embargo, no se ha producido en la proporción que considero imprescindible, general y permanente en el tiempo.
He compartido mi estupor por este silencio con algunos -muy pocos – amigos y las reacciones han sido diversas, lo cual confirma mi asombro ante la inacción general que observo y que no entiendo. Hace días que “Infolibre” publicaba los documentos de la CAM en los que se daban instrucciones precisas sobre qué hacer con los diferentes grupos - perfectamente categorizados y clasificados – de ciudadanos enfermos para gestionar su posible ingreso hospitalario.
Las instrucciones eran claras y rechazaban la posibilidad de ingresar en los hospitales públicos a muchos seres humanos cuya esperanza de curación dependía, en ese momento, no de un criterio médico y un diagnóstico personalizado sino de su pertenencia o no a un determinado segmento de población previamente categorizado. En resumidas cuentas, desde un despacho se decidía sobre las posibilidades de curación o no de grupos enteros de personas. Y ojo, que parece ser que no ha sido solo Madrid, que es muy posible que instrucciones parecidas se hayan manejado en Aragón, Catalunya y otros lugares, así que esa brillante “solución final” no ha tenido tintes de partido, más bien parece que tamaña inmoralidad ha dependido del grado de “iluminación” del responsable de turno.
Los textos – que podrían haber sido escritos sin problemas por Heinrich Himmler en los primeros años de su llegada al poder hablando de otros segmentos de población– nos colocan a todos frente al grado de deterioro de una sociedad enferma y corrompida que no es capaz ni de analizar la realidad con perspectiva, ni de levantarse de forma unánime ante la consagración de una inmoralidad que nos amenaza a todos. Una vez pasada la raya, mañana, ante otra crisis, alguien podrá sentirse validado para olvidarse de los locos incurables, minusválidos clasificados de determinada manera, enfermos terminales o con enfermedades sin tratamiento o ciudadanos improductivos de cualquier grupo que se pueda imaginar y controlar.
Creo – y lo creo firmemente – que lo moral y lo inmoral, la concepción ética de la existencia y de la gestión pública, es algo previo a la ideología política y constituye la base de todo lo que somos, tanto en el plano de lo público como de lo privado. Sin esa base todo se cae, se pudre y se desmorona comido por la destrucción que nace del interior de la persona y del sistema. La falta de indignación colectiva, la ausencia de un movimiento ciudadano transversal y universal ante esta muestra de degradación ética y moral de nuestros políticos y de nuestras instituciones, nos coloca ante un hecho incuestionable: nuestra sociedad está enferma y podrida hasta los tuétanos, lamentablemente.
Hace bastantes días que los mensajes del móvil han perdido la gracia y hace días que espero lo que se que nunca va a llegar, de manera que mi silencio se suma y se confunde con el ominoso silencio colectivo de esta sociedad amodorrada y dividida que sólo es capaz de indignarse en defensa de sus obtusos puntos de vista y de sus proclamas de mostrador de taberna o de barra de bar. Así nos va.
¿Qué sociedad dejamos a los que vienen?


domingo, 10 de mayo de 2020

Mantener los objetivos en la “nueva normalidad”

Un cambio innegable


Ayer, en la charla virtual semanal, se abrió una discusión muy interesante que acabó abruptamente por la llegada de los aplausos de las 8. La cuestión es simple: Tina – siempre implicada en cuestiones sociales- nos plantea la relación entre cambio climático y la aparición del Covid-19. Desde mi punto de vista son dos cuestiones que, si pretendemos que los viejos objetivos de lucha contra el cambio climático se mantengan en el próximo futuro, debemos mantener muy separadas y con argumentaciones muy diferenciadas o el enemigo nos ganará la mano.
Por un lado, el hecho incuestionable de la evolución nos enseña que el cambio en los seres vivos es constante y que el paso del tiempo conlleva la aparición de mutaciones que dan lugar a nuevas formas de vida. Esto, en el caso de los virus, es un proceso relativamente rápido y muy constante cuyo ejemplo más conocido es el de la gripe común, que todos los años nos enseña una cara distinta. En el caso del Covid-19, parece ser que la mutación clave es la que ha permitido al virus pasar del murciélago a un animal que todavía no se ha identificado y de ese estado intermedio al hombre. La llegada de este invitado inesperado supone que nuestros organismos no conocen al enemigo y deben aprender a combatirlo. En circunstancias naturales -sin intervención de la ciencia moderna – un hecho similar puede suponer la desaparición de un porcentaje enorme de la especie, quedando solo los individuos más capaces de adaptarse a esta nueva condición medioambiental y, desde ese núcleo, recuperar los anteriores niveles poblacionales. No sería la primera vez que nuestra especie queda a las puertas de la extinción para recuperarse después. La actual población humana desciende, parece ser que, en su totalidad, de una pequeña población africana cercana al desierto del Kalahari. Eso nos dicen los genetistas sobre la base de lo que hoy conocemos.
La actual situación se conoce como Zoonosis y está favorecida por la llegada de los humanos a zonas nuevas con patógenos desconocidos que encuentran en los humanos un territorio virgen y propicio para su expansión. Nada nuevo.
Pandemias que si estarán relacionadas con el cambio climático y que ya asoman la patita son las relacionadas con cepas de patógenos -esporas y bacterias – que yacían prisioneras e inactivas en el permafrost y cuyo deshielo sí está directamente relacionado con el cambio climático. Lo que pueda salir de ese medioambiente antiguo y con el que el ser humano no ha tenido contacto alguno. Que sepamos, ya ha habido un brote de ántrax en Siberia que pudo controlarse y estamos a la espera de novedades desagradables y peligrosas. Por acción del ser humano sobre las bacterias acosadas por los modernos antibióticos, ya nos estamos enfrentando a cepas hiper resistentes de patógenos que nos van a dar muchos y variados dolores de cabeza.
Eso en cuanto a los virus, sus mutaciones, el hecho contrastado de la evolución y supervivencia de los sujetos mejor adaptados. Vamos ahora con la nueva realidad y el abandono de los objetivos comunes para parar el cambio climático.
La “nueva realidad” va a tener un objetivo prioritario a cuya consecución se van a someter todos lo demás objetivos: la activación económica y el riesgo, enorme, es que por la consecución de ese objetivo se perpetúen los medios de producción que no respetan al medioambiente. Con la excusa de que “hay que reactivar”, no podemos obviar el hecho de que la irresponsable acción del hombre y la consecuente liberación de gases contaminantes de efecto invernadero, el clima de la tierra está cambiando. Ya hemos pasado la fase de “posibilidad” para entrar en la fase de “hechos contrastados” por mucho que determinadas industrias sigan pagando millonadas por estudios que intentan demostrar lo contrario. La nueva realidad debería acelerar la puesta en marcha de modelos productivos alternativos y respetuosos con el medio ambiente y debería hacerlo de forma ineludible y universal. Lo contrario nos llevaría a saltar de la sartén al fuego.
Desde mi punto de vista, no creo que sea bueno mezclar estas dos líneas argumentales, pues relacionarlas de mediante una implicación directa de una en otra, sería contraproducente y además, permitiría a los defensores del crecimiento a cualquier coste una acción de réplica difícil de paralizar.
Defender la necesidad de mantener espacios vírgenes ajenos protegidos de la deforestación y la acción humana es, por sí mismo, un objetivo ineludible. Si, además, esa colonización conlleva riesgos, será un argumento más en favor de la protección.
Mantener los objetivos relacionados con la no emisión de gases de efecto invernadero y la protección del clima del planeta para que la temperatura no siga subiendo, se inunden litorales, o cambien los ecosistemas con consecuencias espantosas para la población humana es algo imperativo “per se” y cuya vigilancia, en el futuro inmediato, debe ser prioritaria.
Sinceramente, creo que  mantener esas obligaciones en líneas paralelas de argumentación y actuación, es mucho más eficaz y razonable que intentar forzar relaciones y abrir vías argumentales débiles que el enemigo -muy fuerte - puede aprovechar en contra de los objetivos comunes.


jueves, 9 de abril de 2020

Han muerto ahora, los perdimos hace tiempo




Este virus, además de matar -y mucho – pone nuestras vergüenzas al aire de una forma inclemente: no hay forma de tapar lo que nos muestra, por mucho que hubiera estado bien oculto y silenciado con una actitud cuasi mafiosa y generalizada. Este virus nos pone frente a las consecuencias de los modelos de sociedad que hemos querido y hemos votado; nos pone frente a nuestra desidia, nuestra falta de moral, de nervio y de humanidad, aunque queramos envolverlo todo con los espesos y tupidos velos de las faltas ajenas.
Aunque hay muchas consecuencias encima de la mesa que son fruto de pasadas decisiones y de la aplicación de los modelos bendecidos por tantos, hoy quiero detenerme en el desgarro que supone afrontar la naturaleza de una sociedad que desvela su patológica realidad y su desprecio por los ancianos. Hoy se elevan gritos indignados que reclaman responsabilidades -sin duda habrá que pedirlas – y que, en el ruido de sus gritos, pretenden envolver y escamotear el absoluto e irresponsable abandono de padres y madres en “aparcaderos” miserables cuyo fin último y objetivo prioritario es el silencio y el olvido.
Nuestros ancianos molestan y la solución aplicada -me recuerda demasiado a la solución final hitleriana – es enviarlos al olvido y al silencio de instituciones cuya realidad parece saltarnos hoy a la cara desde la ignorancia absoluta. ¿Es que estos ancianos descuidados, abandonados, ignorados y desatendidos no tenían hijos que se dieran cuenta de la realidad? ¿Es que sólo, ante la muerte que les recuerda su culpa y su abandono, son capaces de hablar, denunciar, reclamar y actuar? ¿Es que nunca vieron la decadencia de sus padres y de sus madres en esos antros de olvido? ¿Sólo ahora? ¿Nunca antes?
Este clamor pasará y sólo los diarios y la prensa nos recordarán que se han ido cerrando las investigaciones sobre esos miles de muertos silenciados desde hace años; nadie irá hasta el final desvelando el sórdido negocio de inversionistas, fondos y grandes corporaciones rentabilizando este abandono.  Nadie pedirá sangre por el regalo de este negocio indigno a quien tomó la decisión de permitir que la tristeza de nuestros padres se convirtiera en dinero.
Se han muerto ahora, en estos días, pero antes les llegó el olvido y el desprecio de aquellos que debían haberse dejado el pellejo en el empeño de cuidarlos. La muerte de estos ancianos nos salpica a todos pues pone de manifiesto la deriva de una sociedad que no sabe que hacer consigo misma: ni sus ancianos forman parte del ahora, ni una gran parte de sus adolescentes formarán parte de un mañana armónico. Todas, y digo todas sin temor a equivocarme, las sociedades han venerado y respetado a sus ancianos; les han dado preeminencia y posición relevante en el proceso de la toma de decisiones; les hemos encomendado, algunas veces, la dirección de los asuntos públicos y hemos formado, con ellos, sabias instituciones cuya gloria perdura ahora y lo hará, por siempre, en un lugar de honor de los libros, pero hoy sólo son obstáculos en nuestra vida que hay que abandonar allí donde no molesten. Da igual un asilo que un guardamuebles: deben desaparecer de nuestras vidas.
Y lo hemos consentido todos: que nadie reivindique inocencia en una culpa colectiva. Así nos va.